Comentario
En la primera mitad del siglo XVIII, la ingeniería defensiva superó el poder de una artillería demasiado pesada y de poco alcance. Se difundió el bastión, se reforzaron los salientes difíciles de defender y se estudió y aprovechó la geografía en los momentos de las construcciones. La mayoría de los países estaban obsesionados por las fortificaciones, presentes en toda Europa, que obligaban a operaciones de sitio muy costosas y a una guerra de desgaste. Los generales concentraban sus fuerzas sobre las fortalezas y desarrollaban el fuego de escalada, la defensa en profundidad y la agrupación de fuerzas en puntos neurálgicos; de hecho, los fundamentos tácticos y estratégicos únicamente variaron en los años finales. Los sitiados conservaban la iniciativa hasta que los alimentos y la moral de las tropas hacían estragos entre los atacantes. En condiciones normales, la rendición se convertía en un acto formulario y los honores quedaban garantizados para la guarnición defensora de la plaza, ya que las capitulaciones estaban previstas hasta el detalle. A mediados de la centuria, todavía se edificaban fortalezas a lo largo de vías naturales, que servían para las invasiones, en las rutas históricas y en torno a las villas y ciudades importantes o de carácter estratégico. Su posesión era considerada más importante que una victoria campal porque, además de las ventajas en cuanto a alimentos y armas requisados, siempre se utilizaban en las negociaciones diplomáticas. Cuando comenzó a cuestionarse la guerra estática y se propusieron reformas, la organización de las fuerzas defensivas basadas en las fortalezas sufrió cambios trascendentes y tendieron a convertirse en fortines para la protección de arsenales, dejando de ocupar un lugar destacado en la planificación de la guerra. La dependencia de los ejércitos de almacenes fijos influía hasta en la duración de los conflictos y en la disciplina de los soldados.
A finales del siglo XVIII la situación no se había modificado demasiado y los anacrónicos métodos de suministros militares dificultaban el movimiento de las tropas, pues la mayoría se localizaba en la frontera, contribuía al mantenimiento de los planes iniciales y condicionaba la marcha. Se extendió la idea de la necesaria construcción de almacenes en todas las posibles direcciones para que los destacamentos se moviesen sin ningún impedimento, pero esto significaba grandes gastos que los gobiernos no estaban dispuestos o no podían asumir y, en consecuencia, los proveedores siguieron siendo un elemento determinante en la planificación castrense. Tales problemas se quisieron superar mediante la propuesta de que los ejércitos vivieran sobre la tierra durante gran parte de la campaña, siempre que la contienda tuviese lugar en un país extranjero. Significaba una vuelta a la guerra de devastación, porque se suponía que los adelantos agrícolas permitirían abastecer a los soldados sin perjuicio para la población civil, si bien a nadie se le ocultaba que no resultaría posible y se temía, según la creencia general, la deserción en masa. Dichas ideas demostraban lo poco que se había avanzado en este sentido y los inconvenientes existentes para el aprovisionamiento de las tropas.